sábado, 1 de enero de 2011

Año Nuevo.


Sacudió la lluvia que cubría sus hombros, luego me miró. Dejó caer su paraguas. Se abalanzó hacia mi llorando y me abrazó. No dijimos nada. Solté mi paraguas. No pude despegarme de su olor a vainilla. Empecé a llorar sin ganas ni motivos. La luna se puso a menguar.

Cuando nos despegamos comenzamos a sentir el frío de la mañana, el peso de nuestra ropa empapada, las orejas congeladas y, sobre todo, el vacío del tiempo. No nos despedimos igual que no nos saludamos. Porque no tiene sentido y de nada sirve ahora. 

Ya desde antes te odiaba Señorita Navidad.

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