lunes, 17 de enero de 2011

Ceniza y rastas.

Recogió los pinceles y los quemó. Juntó las cenizas con los dedos y se puso a dibujar con ellas. Derramaba lágrimas claras vacías de colores que dolían al caer. El perfume se congeló sobre su piel. El suelo se resquebrajó bajo sus pies y el techo se hundió sobre su cabeza. Hay algún brillo en su mirada, que delata lo inocente de su pensamiento envolviendo su vida de risas como un algodón de azúcar azul. Juntos olvidamos como se llora, aprendimos a decir sólo lo importante, a reír con ganas.



Sal esturreada y medias rodajas de limón, ya mordidas, sobre vasos de chupitos vacíos. Los ecos de las risas se disipan con la música, que va bajando de volumen hasta extinguirse.

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