lunes, 5 de septiembre de 2011

Eva. Los desiertos del infierno.

Inevitablemente el humo se dispersó y Eva no tuvo donde agarrarse. Se precipitó al vacío y fue tanta la velocidad del caótico descenso que aterrizó en los desiertos del mismo infierno, donde hasta el tiempo deja de fluir consumido por el húmedo e impasible sol rojo que debe reinar en aquel mundo hastío. Eva se recuperó rápido de la caída, porque siempre la imaginé fuerte. Y caminó firme contoneando sus caderas entre las silenciosas dunas.

Y mientras lentamente el sol lamía de rojo su piel, su perfume imposible llegó hasta el olfato del diablo, despertándolo.

Satán vio a Eva y se enamoró. Imaginé ,sin querer, a Eva demasiado provocativa. Y ante su desnudez el también quedo desnudo, frágilmente inmortal se acercó, entre la arena, hasta rozar con su aliento los cabellos enredados y entonces se percató de la deliciosa atrocidad que acababa de llegar a su inframundo. Una mujer sin alma. Ahora lamento mucho no haber podido imaginar a Eva con alma desde el principio.

El diablo desmembró a varios de sus demonios invisibles y compuso con ellos un alma, como si de un rompecabezas se tratara. Eva no dejó de sonreír burlona ante ese ritual que se le antojaba ridículo. Obtuvo Satán, tras el hechizo, un oscuro fluido con aspecto putrefacto. Y se lo ofreció extendiéndolo en su mano.

continuará...

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