martes, 22 de octubre de 2013

Corazón de diminuta ballena.

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Serás tú, que caminas como nadan las sirenas,
porque me empujas con tu risa a la locura.


Serás tú, noble corazón de diminuta ballena,
que ni el alba alegra las noches más oscuras.


Puede que mi odio trate indiferente a los armados,
que los huesos se encajen empujando unos alfileres
o que las flores no quieran brotar más de los laureles.
Pero dudo que tu cielo vete el paso a seres cuadrados.

Así que dime quién.

¿Quién eres tú para caminar como nadan las sirenas
o para empujarme a mí, con tu risa, a la locura?

¿Quién eres tú, noble corazón de diminuta ballena,
para impedir que el alba alegre mis noches oscuras?


martes, 23 de julio de 2013

Flamenco. La iglesia.

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Laura no sólo es la mujer más guapa de Flamenco, si no que además tiene mucho dinero. Trabaja en una peluquería en la que no peina a nadie pero que en cambio es visitada por camellos. Le traen el dinero, recogen la droga y vuelven cargados a la calle. Laura se divierte coqueteando con ellos y, algunos, si son apuestos y afortunados, tienen el honor de disfrutar de su picardía en la privacidad del cuarto de las toallas. Se casó muy joven con Víctor Gabarri, un traficante "de éxito" que se enamoró de ella, y consiguió así que el resto del pueblo la envidiase por su belleza y la odiase por su dinero. Pero a Laura le encanta. Los domingos se pone un sinuoso vestido largo, acomoda un poco de oro en los orificios de sus orejas, en las muñecas y en el cuello, coge un pintalabios bien rojo y lo va poniendo sobre sus labios, de camino a la iglesia, sabiendo que no durará mucho en su boca. Para asegurarse su momento de gloria entra ya empezada la misa, los parroquianos se giran, se arrodilla, toca su cara dibujando una cruz y durante el trayecto hacia los bancos de la primera fila se limpia el carmín con un pañuelo de papel. Sus andares mecen su melena oscura y brillante, recién lavada y sumergida en agua de romero, la viejas cuchichean, los niños se hipnotizan al ritmo de sus pasos. Y ella, siempre sonriente, disfruta de cada palabra difamadora si la oye por casualidad. El cura pide silencio y la mira con desconfianza. Ella sólo sonríe.

Hace poco que llegó el nuevo sacerdote, joven, de unos veintinueve años, pero convencido a sus ideas conservadoras de forma determinante e inflexible. El anterior murió de viejo, lo enterramos en el cementerio de la iglesia, como Dios manda. En el pueblo se sabe que Federico Jäger es extranjero por su acento sudamericano, los García, que comparten pared con la casa del párroco, aseguran que le han oído decir mientras hablaba por teléfono que es de Chile, pero yo no estoy seguro de eso, no creas nada de lo que cuenten los García. A Federico sólo se le ve cuando da la misa o pasea por el campo de los alrededores del pueblo, el resto del tiempo lo pasa refugiado en la casa de la parroquia. Nadie sabe de lo que hace allí dentro, casi nunca recibe visitas de los vecinos. Los miércoles se pasa por el mercado, hace una única compra para toda la semana y la hija mayor de los García le lleva huevos del corral cuando las gallinas están de buen poner. Creo que se llama María y que también le lleva huevos a Patricia Román, la vieja curandera que vive en la parte alta de pueblo, casi al borde del monte.

Su casa es la más antigua, según cuentan los García fue la primera que llegó a Flamenco y dicen también que ella le puso el nombre al pueblo y que antes de llegar aquí fue comadrona de partos en el hospital de la ciudad. Poco se sabe de su difunto marido, Pablo Manzano. Algunos dicen que murió durante las reformas del tejado de la iglesia, otros que Patricia lo quemó vivo cuando descubrió que le era infiel. El caso es que siempre ha vivido sola en esa casa y que realmente nadie llegó a conocer a Pablo Manzano, ni siquiera el antiguo párroco que sí conocía a Patricia desde la infancia y fueron buenos amigos. Ella, al igual que Federico, no pasa mucho tiempo fuera de su casa: se dedica a cuidar los rosales que bordean el camino hasta su puerta y otras plantas que huelen a licor y que utiliza para curar los males de los viejos y las verrugas de los niños. La gente dice que conoce toda la historia del pueblo, también el futuro. Y a menudo la visitan forasteros a pedirle ayuda para enfermedades incurables y mal de amores a cambio de una cuantiosa donación "voluntaria", claro está.

viernes, 24 de mayo de 2013

Vinagre.

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Me despierto a las 5:00 am. Demasiado tarde para encontrarme y demasiado pronto para empezar a buscar. Circula por mis venas vinagre, los ojos cansados de mirar. Te buscan. Te encuentran. No estás. Grito fuerte dentro de mi almohada para no despertarme. Me ahogo. Ojalá recordase cómo se puede llorar. Todos los recuerdos duelen, deambulan perdidos en mi cabeza, inconexos, son como cuchillos que nadie afila y arremeten contra todos los tejidos. Me mareo, sudo, me lamo una herida y las otras se ponen a sangrar. Sangro vinagre. No quiero estar. Y estoy solo con mi bendita soledad.

martes, 5 de febrero de 2013

Máscara de brujo.

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Podía haber sido cualquier cosa, el olor de la vela que apagué segundos antes, el recuerdo del sirope de chocolate arrastrándose por mi lengua, el color de la luz de una segunda vela, el calor de su espalda, una respiración que mecía el colchón, la sensación de frío en los dedos de los pies, el propio sueño o que las cenizas de una máscara de brujo guineano hubiesen invertido mi hechizo en mi contra. No lo sé. Pero pasó.